Una chica camina hasta el centro del estanque de la explanada frente al Capitolio de Washington. Se para. Mete las manos en el agua. Saca del fondo una bolsa de basura con un bulto en su interior. De ella sale la cabeza de Vladimir Putin. La coloca en el suelo. Y comienza una pachanga sin reglas donde todo el juego consiste en pasarse la testa de silicona del presidente ruso.