Nos hemos acostumbrado a esperar grandes cosas de Sufjan Stevens, ese chico de Detroit afincado en Nueva York, tan versado en música clásica moderna y ambient como en el folk y la fusión americana, que se hizo famoso a principios de la década de los 2000 con un ambicioso intento de sacar un álbum relacionado con cada uno de los estados de Estados Unidos. El músico editó dos: Welcome to Michigan, una oda tragicómica a la dignidad y la desolación de su estado natal, e Illinois, una epopeya en clave de folk de cámara sobre cualquier cosa comprendida entre los superhéroes y los asesinos en serie. Para crear Carrie & Lowell (2015), disco en el que realizó un exorcismo emocional adentrándose en tierno y doliente detalle en su relación con una madre distante y un padrastro comprensivo, Stevens profundizó en sí mismo. Ahora, con The Ascension, ha producido una suite electrónica de 80 minutos sobre viejos mundos que mueren, nuevos que nacen, Dios, la humanidad, y la naturaleza misma de la vida. Grande es lo menos que puede decirse de este trabajo.