En junio de 1952, Alberto Gil Novales tenía 22 años, había terminado la carrera de Derecho y quería ser historiador. No me consta cómo supo la dirección postal de Alberto Jiménez Fraud en su exilio de Oxford, pero, en aquella fecha, escribió al antiguo director de la Residencia de Estudiantes una carta conmovedora que señalaba un destino: “¿Cuál puede ser para nosotros el espíritu de unos Residentes que perdieron, sin haberla conocido, la Residencia? Esperar, esperar, pero tenemos un agudo dolor ante nuestro porvenir de españoles”. Un año antes, leyendo las páginas de la revista Ínsula, el joven había sabido de la muerte del poeta Pedro Salinas y concluía pesaroso: “Somos casi una generación huérfana…”.