Hoy parece impensable, pero hubo un tiempo que Lou Reed no era considerado uno de los grandes. De ser visto a ojos de todos, más allá de estrechos colegas de profesión, como lo que es: un gigante del rock. Quizá su más deslenguado y feroz gigante, un auténtico artista intrépido que desde sus años en la Velvet Underground se podía codear a la altura de los magnos creadores de la música. Ese tiempo eran los años ochenta, cuando el contradictorio e imprevisible compositor carecía de un merecido espacio en el panteón del reconocimiento popular.