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Marsella, radiante y circular

Comencemos por un hecho demostrable (pero no irremediable): el ser humano es ciertamente estúpido. Dedica enormes sumas de dinero a viajar al espacio en busca de vida inteligente, a alcanzar planetas que le salven de una segura y cercana extinción. Y, sin embargo, le cuesta horrores imaginar que el paraíso más habitable del sistema solar, que llamamos Tierra, podría seguir siéndolo si cambiase solo unas cuantas cosas de sentido común. “Común” —y no “sentido”— es un término que asusta a la mayoría de políticos. Prefieren lo propio, la “nación”, que no es otra que el capital.

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