Inmigrante irlandés y pobre de solemnidad, el abuelo de William James llegó a la isla de Ellis sin zapatos, en una época en que sólo los tuberculosos, los anarquistas, los polígamos y los criminales eran deportados. Siendo un muchacho, se empleó en una mercería en Albany. Invirtió sus exiguas ganancias y acabó comprando la tienda. Con el tiempo se convirtió en el banquero más importante del estado de Nueva York. Se casó tres veces y tuvo 13 hijos. El padre del filósofo fue un bala perdida. Romántico, noctámbulo y bebedor, se dedicó a la única profesión que permite esas inclinaciones: el periodismo. Su vida de crápula le valió que lo desheredaran. Pleiteó durante una década y finalmente logró su parte en la herencia. La invirtió en la educación de sus hijos, entre ellos Henry, el escritor, William, el filósofo, y Alice, una de las primeras diaristas americanas. Henry se convirtió en el primer escritor americano estudiado en Oxford y William en el fundador de la psicología y el pragmatismo, una escuela deliciosa de pensamiento cuyo nombre no le hace justicia. Un método para apaciguar las interminables disputas metafísicas. ¿Es el mundo uno o múltiple? ¿Libre o determinado? ¿Material o espiritual? James sugiere investigar cada posibilidad en función de sus consecuencias vitales. Si no hay diferencias de orden práctico, entonces las alternativas significan lo mismo y toda disputa es vana.