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Dale tiempo

Recuerdo muy bien la entrada del Duralex en nuestras existencias por lo extraordinario que suponía disponer de un vidrio irrompible. Todavía no conocíamos el oxímoron, esa figura retórica que consiste en juntar dos conceptos incompatibles, como cuando decimos “apresúrate despacio”, “muero porque no muero”, “silencio atronador” o “crecimiento negativo”. Ignorábamos, pues, cómo nombrar la cualidad contradictoria de aquellos vasos y platos que rebotaban en el suelo. Por alguna razón en la que ahora no caigo, el Duralex entró en mi casa antes que en las de mis compañeros de colegio, de modo que disfrutaba mucho haciéndoles demostraciones de aquella maravilla hasta que un día un vaso estalló con un ruido sordo en mil pedazos. Recuerdo que mi madre entró en la cocina con expresión de espanto, pero dispuesta a defender la dureza de su cristalería.

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