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Antonio Palacios, el arquitecto que dibujó Madrid

Algunas ciudades comparten la arbitraria cualidad de convertirse durante unos años en el escenario de un estallido de talento que, además de modificar la urbe, altera el mundo: las artes, la literatura, la pintura, la música y la ciencia. Ese salto lo protagoniza un grupo de jóvenes, en general amigos entre sí, cuya energía renovadora tiene la capacidad de transformar la manera de mirar de la sociedad. Transcurrido un tiempo, cuando ellos se van o desaparecen también como por ensalmo, el vigor empieza a diluirse y la ciudad regresa a la misma monotonía creativa previa a la eclosión. Aunque los historiadores suelen tener argumentos que explican los motivos de cada una de estas prodigiosas casualidades, resultan imposibles de planear y tampoco parece fácil descifrar el aire aleatorio que las distingue. Bien mirado, pudo haber ocurrido en otro lugar o un siglo antes o después. ¿Por qué, si no, coincidieron en Florencia todos los grandes intérpretes del primer Renacimiento? ¿Por qué no en Milán o 100 años después? ¿O en Viena, a principios del siglo XX, los padres de la filosofía, de la música, la literatura o de la ciencia de nuestra época?

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