Ganó el Premio Cervantes en 2019, pero no pudo recogerlo. La pandemia retrasó la celebración, y el día de esta conversación faltaba muy poco para que Joan Margarit, poeta grande en dos lenguas, lo recibiera en Barcelona de mano de los Reyes. La covid no volvió a torcer los planes y lo recibió ayer 21 de diciembre. A sus 82 años, encara la vida sereno, con algunas conclusiones a las que le ha llevado un pertinaz desasosiego que fue calmando entre el cálculo, por su profesión de arquitecto, y la poesía, su más autoexigente pasión, con más de 30 poemarios publicados, desde Cantos para la coral de un hombre solo, que apareció en Vicens Vives, hasta Un asombroso invierno (Visor). Eso sin contar los 67 poemas que le han salido durante el confinamiento, para los que ya tiene título: Animal de bosque. Fue niño de la posguerra, una experiencia que describe con una maestría de cortar el aliento en sus memorias: Para tener casa hay que ganar la guerra (Austral). Desde muy pronto sintió la pérdida y con los años se dio cuenta de que ese era el eje de su obra. Una larga serie de alegrías y desgracias que comenzó bandeando en castellano, con sus primeros poemas, y continuó a los 38 años en catalán, tras varios libros publicados en su otra lengua. Se decidió por consejo de su amigo el poeta Miquel Martí i Pol. Le hizo darse cuenta de que la fuerza de su lengua madre podría con las faltas de ortografía que cometía con ella. “Nadie me la había enseñado bien”, recuerda. Mucho menos aquel guardia que le sorprendió hablando en catalán y le propinó un coscorrón y le dio una orden: “¡Habla en cristiano!”. ¿Cómo se podía considerar a esa falta de misericordia —el hecho de prohibir a un niño expresarse en su lengua materna— algo cristiano? Hoy, Joan Margarit, con su creación bilingüe, representa un puente más que posible entre dos extremos tercos y ahora imposibles.