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El peso del humo

Sumergido en las nieblas y las nieves, el mundo parece estos días un cuaderno en blanco. Al escribir los primeros renglones del año, conjugamos los verbos en el futuro perfecto de las promesas y expectativas. Entre todos los comienzos posibles, la tradición europea eligió el 1 de enero, pero en otras latitudes esa fecha es una más en la hilera de los días. Los antiguos romanos, apegados aún a los ciclos de la naturaleza, iniciaban su calendario el 15 de marzo, vinculando la celebración con el renacer exuberante de la primavera. En esa fecha, nombraban a sus dos cónsules, los magistrados más poderosos de la República. Aquel orden originario resuena hoy en nuestros meses de septiembre, octubre, noviembre y diciembre, en alusión al lugar séptimo, octavo, noveno y décimo que ocupaban en el periplo anual. Todo cambió a mediados del siglo II a. C., cuando Roma lanzó una campaña militar contra Segeda, situada junto al actual pueblo zaragozano de Mara, un ataque que conduciría al famoso cerco de Numancia. Como las guerras se libraban al acabar el invierno, decidieron adelantar la elección consular, de modo que las legiones tuvieran semanas suficientes para viajar hasta la lejana Celtiberia y no malgastasen ni una soleada jornada de buen tiempo sin darse a la feroz matanza. A raíz de aquella guerra en Hispania, enero inaugura el año.

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