Hay turistas y turistas. Cuando yo era pequeño, mi abuelo Arcadio me hablaba a veces de aquellos seis turistas alemanes que en agosto de 1936 llegaron al pueblo (Escalona del Prado, un pequeño municipio segoviano en el piedemonte de la Sierra de Guadarrama). Contaba historias curiosas, como que una vez les obligó a echarse cuerpo a tierra, cuando venían de correrse una juerga en un pueblo vecino, por no responder al “¡Alto!, ¡quién vive!” durante una guardia nocturna. La Guerra Civil acababa de empezar, y en el prado comunal de Escalona, situado en el límite de la zona controlada por el bando nacional y muy cerca del frente de Madrid, se había improvisado un aeródromo militar oculto entre pinares y campos de labor. Aún se pueden ver los restos de la alambrada que delimitaba el perímetro del campo de aviación y de los soportes metálicos de los cuatro cañones Flak de 88 milímetros emplazados en los vértices). Hoy pastan allí las ovejas y se celebran campeonatos de aeromodelismo.