Francis Bacon sabía lo que se hacía, la coherencia era su credo y, en cierto modo, era lo que tradicionalmente se ha solido denominar como un hombre que se viste por los pies. Uno de los últimos genios del expresionismo que se dedicó ni más ni menos que a llevar al lienzo la vida misma, la suya en concreto, y la de sus sucesivos amantes. Frente a quienes aún piensan que estamos ante un pintor abstracto, el realismo de Bacon fue innegociable y perenne y brutal. Era un artista y, también en cierta forma, un cronista de la vida. Y en concreto, de los excesos de la vida, que conllevan, como en su caso, la omnipresencia de la muerte.