En diciembre de 2020, la compañía estadounidense SolarWinds sufrió un ciberataque “altamente sofisticado”, “extremadamente dirigido” y realizado por “un estado nacional externo”, según informó la propia víctima. El objetivo no era, en realidad, este proveedor informático en sí, sino sus poderosos clientes, entre los que se cuentan Microsoft, Visa, Ford, la NASA y el Pentágono. En total, casi 20.000 empresas y Gobiernos afectados, dedos señalando a Rusia (que lo niega) y un revuelo internacional que aún colea. Este “Falcon Crest de los ataques”, como lo denomina algún experto a la vista de sus visos de culebrón al que no le faltan hackers infiltrándose, agencias gubernamentales buscando software espía, ramificaciones e implicaciones geopolíticas, visibiliza la necesidad de proteger la infraestructura de tecnología de la información (TI) de negocios digitalizados y conectados que viven, cada vez más, en la nube.