La palabra es el principio generador de todo, nos advierte la sabiduría de las culturas con registros más antiguos de la humanidad. Una palabra que, para su evaluación, precisa de conciencia: estar presentes para detectar si la palabra dicha está bien formulada en orden a generar efectivamente lo que deseamos, y nos formula, o está mal (es palabra vacía, según Lacan) y destinada a generar más conflicto, tanto en lo personal como en lo colectivo. La política actual muestra a menudo una falta de respeto absoluto por la palabra, por la ética y hacer lo que se dice; y los políticos, a menudo también, anteponen el bien personal y partidista al de la colectividad a la que han jurado, además, servir. Y así lo tenemos difícil no, imposible.