No escuchamos. No sabemos escuchar. Y, quizá, no estaría de más llevar a los colegios una materia que nos enseñara a todos y cada uno de nosotros a hacerlo. Porque si la gente es capaz de escuchar, tal vez, también sea capaz de dialogar. De debatir. Y aunque nadie se dé por aludido (en este país, para la crítica, nunca nadie se da por aludido), somos una escandalera de gente en la que cada quien interpreta lo que escucha como más le conviene. Y esto es algo que ocurre en cualquier ámbito, lugar y momento de nuestro discurrir. Con las consecuencias que todos somos capaces de identificar. Y, si acaso esta vez alguien no disimula y acepta darse por aludido, también de reconocer. Reconocerse.