Intentar dar la imagen de exiliado buscando asilo político —cuando realmente se es un fugitivo de la justicia— y alentar a la “lucha definitiva” no deja de ser paradójico, además de un insulto para quienes realmente han padecido el desgarro de lo que es un exilio. Quienes han vivido el dolor y el sufrimiento de un exilio no suelen utilizar un lenguaje bélico avivado por el odio, sino, más bien, otro tipo de lenguaje mucho más trascendente, profundo y humano, precisamente por la honda huella vital del desarraigo injusto. Por eso, la parafernalia de Perpiñán a modo de analogía histórica se antoja obscena, espuria y pueril. Incluido el trato de las autoridades de Perpiñán a Puigdemont, que no fue, precisamente, el recibido en su época por los auténticos exiliados.