Hace demasiado tiempo que la Unión Europea navega a la deriva. Sin rumbo y sin alma decía Andrés Ortega. Incapaz de dar respuesta las distintas crisis que afronta, empezando por la crisis existencial y de legitimidad. Las evidencias de una creciente desafección y el aumento del euroescepticismo son incontestables. Europa es ahora el problema para muchos, el proyecto político se diluye gradualmente, las sociedades se fracturan y los pueblos se repliegan y se rodean de muros reales y metafóricos. El Brexit ha sido la consecuencia reciente más amarga. Y mientras esto ocurre las élites políticas y económicas no solo son incapaces de dar una respuesta europea coordinada y solidaria, sino que sus decisiones son una clara muestra de involución tan insensata como lesiva.