Hasta fechas muy recientes la historia de la espiritualidad femenina estaba por escribir. Todo parecía girar en torno a la carismática pero aislada figura de Teresa de Jesús: la bibliografía sobre ella es inmensa, inabarcable. Lentamente vamos comprendiendo que su obra se desarrolló en un contexto colectivo donde se aprecia un semillero de tentativas de autorrealización. Las aportaciones son de muy distinto calado, pero todas ellas contribuyen a dibujar un panorama mucho más enriquecedor y también más próximo a aquella realidad extraordinaria. ¿Por qué extraordinaria? Porque si bien la tradición, la religión y la vida cotidiana imbuían a las mujeres de una sensación profunda de inferioridad intelectual y se veían obligadas, por la fuerza de los hechos, a admitirla como natural al tiempo que procedente del mandato divino, hay que preguntarse cómo algunas de ellas, en los severos tiempos del tridentismo, consiguieron superar el aplastamiento del ser que sufrían otorgándose permiso a sí mismas para pensar, alejándose de la misoginia inculcada por la enseñanza patrística.