“Nos duele mucho, es como vivir con una espada clavada en el corazón”, cuenta Alfonso Nahuincha con cierta melancolía, desde su casa en Puno, una ciudad enclavada en el sur andino del Perú, frente al lago Titicaca, el cuerpo de agua navegable más alto de mundo (3.812 metros sobre el nivel del mar). Sus palabras suenan sinceras y traen un eco que viene de siglos atrás.