Con las Navidades recién pasadas y la fiesta de Reyes a la vuelta de la esquina, me parece importante recordar la trascendencia que puede tener el acto de regalar, a pesar de vivir en una sociedad donde la filantropía sigue estando en ciernes, como cuento en mi nuevo libro sobre España. Obviamente no me refiero a los paquetes debajo del árbol navideño. Cualquiera que haya estado en Estados Unidos sabe que cuesta encontrar un estadio, un museo o un teatro que no lleve el nombre de un generoso donante. Esa filantropía norteamericana es un llamamiento al corazón y a la generosidad de los más pudientes, si bien les sirve asimismo para inflar su ego y su vanidad. Los nombres de los donantes aparecen con letras grabadas en los edificios que patrocinan. No menos significativo, las grandes fortunas saben que un dólar donado es un dólar que se deducirá en su próxima declaración de la renta.