Aunque no descubro nada, prefiero recordarlo. Los pasteles de carne murcianos no son dulces sino salados, una suerte de empanada que requiere dos masas diferentes, una de ellas particularmente sofisticada. En la base masa quebrada; en la tapa, un prodigioso hojaldre en espiral de aros concéntricos elaborado con manteca de cerdo que cruje como un frágil barquillo. En el interior, carne de vacuno picada, chorizo, huevo duro y especias. Hasta el mismísimo Diccionario de Autoridades (1726 / 1739), primer diccionario de la lengua castellana recogió las características de este gran hito de la cocina española, de antecedentes lejanos. Todo un símbolo de la comida callejera, auténtico street food de la época, con su picaresca asociada, objeto de incontables alusiones en la literatura del Siglo de Oro.